Puse el despertador, lo apagué. Soñé con mi viaje a París otra vez, un sueño mezclado con zombies (supongo que porque miré una película de zombies a la noche). Me levanté una hora y media después de lo previsto con una extraña congestión. Me lamenté de haber retrasado mi amanecer por la cantidad de tarea que acumulé por tres meses y que me había propuesto hacer hoy. Tenía gusto a sangre en la boca cuando me percaté de que mi súbito despertar probablemente era causa del sangrado de mi nariz. Temí por mi conciencia y el solipsismo del lugar cuando tuve en cuenta la chance de desmayarme. No, no me desmayé aunque hubiera sido una buena anécdota. Sólo me quedó el gusto a sangre en la boca y unas manos perezosas para escribir mi tarea.
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