De repente. Sin avisar. Como esos pelotazos que te agarraban sin prevención alguna en los recreos de primaria cuando jugabas. Es eso, un juego: a veces perdemos, a veces ganamos, a veces sólo recibimos pelotazos. Cuándo sirve, cuándo no. Inmediatamente nos damos cuenta, con o sin voluntad, de que esa parte de nosotros que habíamos guardado bajo cadenas y candados está ahí todavía. Quejándose, retorciéndose, saltando y queriendo salir.
Yo sentí sus ojos oscuros y toda esa luz gris por horas. Me adelanto tanto quizás que hasta me piso mis propios talones, pero me era sumamente familiar su existencia, su post-ausencia, la sustantificación de la palabra. La suya y la mía (porque yo también me pierdo de mí ocasionalmente). Volví a casa con las mejillas dormidas de tanta risa. No es nada sencillo volver a casa.
De repente, de la nada. Sólo y tan sólo a veces, con mucha suerte, con sentir una mano sobre otra alcanza para que crezcan flores de fuego en la panza.
Yo sentí sus ojos oscuros y toda esa luz gris por horas. Me adelanto tanto quizás que hasta me piso mis propios talones, pero me era sumamente familiar su existencia, su post-ausencia, la sustantificación de la palabra. La suya y la mía (porque yo también me pierdo de mí ocasionalmente). Volví a casa con las mejillas dormidas de tanta risa. No es nada sencillo volver a casa.
De repente, de la nada. Sólo y tan sólo a veces, con mucha suerte, con sentir una mano sobre otra alcanza para que crezcan flores de fuego en la panza.
Usted está habilitado a pensar que todo esto se trata de un ser totalmente desquiciado. Probablemente acierte.
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