La serpiente, esmeralda y ojos de rubí
asomase sigilosa al final de mi cuerpo,
carne que yace sin placer alguno,
recorriendo la ligereza de las pieles
frotándose al tacto que conocí.
¡Ay! Arde cuando muerde con pasión,
cómo quema la herida que sala,
pudredumbre regurgitándose en cada poro,
la piel maravillosamente esmeralda regocíjase
cuando el alma sudando descoloca mi razón.
Bien envenenado el pecho no tardaría
el destino advertida me tenía de los días,
el hedor del corazón inflamaríase hasta estallar
lo que no hubiera ya engullido la cinta que se escurría
ya envenenada ella también en mi abdomen se erguía.
Delirio en las aguas de mi frente
el mar me atravezaba apresurando una muerte,
arrastraba quemándome la serpiente la fiebre
llevándose consigo mi resto de humanidad en cierto clamor,
dejándo mi carne ya sin corazón, sin amor.
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