Anoche volví a nuestra ciudad. Esta vez pude distinguir entre todas las ruinas las gloriosas estructuras que edificamos hace tiempo. ¿Te acordás de que teníamos nuestro propio Coliseo, nuestra Tour Eiffel, y nuestro preferidísimo Taj Mahal? ¡Ah, y ahora sólo tenemos estas piedritas en las manos!
La arena de los restos de templos que me revoleaba la voluntad de acá para allá me hizo acordar a nosotros, siempre yendo y viniendo, esas partículas que se separan y se unen por capricho de lluvias y castillos de arena. Yo tengo un humo azabache, que se vuela y me ata los cordones, pero para hacerme tropezar. Te escribo desde el rincón más inocente que conozco, desde el suelo que me destina.
La arena de los restos de templos que me revoleaba la voluntad de acá para allá me hizo acordar a nosotros, siempre yendo y viniendo, esas partículas que se separan y se unen por capricho de lluvias y castillos de arena. Yo tengo un humo azabache, que se vuela y me ata los cordones, pero para hacerme tropezar. Te escribo desde el rincón más inocente que conozco, desde el suelo que me destina.
El humo salió de la esquina de Clap caminando y tambaleándose como zombie. Tenía un traje harapiento y un sombrero igualmente roído. Se me acercó con olor a vino y se invitó a acompañarme por nuestro paisaje. Empezamos por la librería artística y seguimos en la casa al lado de la blanca que tiene puertas intermitentes y un caniche. El semblante tiznado del humo se volvió medio melancólico casi inmediatamente. Ahora tenía un aspecto más caricaturesco, todo de carbonilla y esos ojos que deambulan con todo su fantasma se perdían en vista al Obelisco. Hablamos un largo rato sobre la música y fumé dos cigarrillos que le hinchieron la barriga casi hasta explotar, y entre sonrisas de dientes negros, me invitó a dormir algunas horas.
Cuando me desperté el humo se había ablandado y, ya totalmente desnudo, jugaba entrando y saliendo de caños de escape como un nieto en un tobogán. No tardó en percibirme y se acercó con pasos torpes para treparse a mi hombro. Estiró el mapa e indicó el itinerario en voz alta. Recorrimos umbrales en lo que quedaba de la noche y rescatamos dos recuerdos y medio de la esquina de Estados Unidos y Pavón.
Inesperadamente, mis pies empezaron a ponerse pesados y lentos cuando emprendí el camino nuevo. El humo ya estaba totalmente amorfo y ya no hablaba. Mis costillas apretaban terriblemente, me pinchaban la espalda y el corazón se ahogaba por la presión en el pecho. El humo difuso estaba carbonizando toda la ciudad mientras que los nervios de mis piernas empezaron a estallar. Caí al piso y me golpeé fuerte el codo derecho cuando noté lo que estaba pasándole a mi cuerpo. No podía comprender la fuerza extraordinaria del sentimiento que me poseía. Los edificios empezaron a brotar de las ruinas, poblados de cadáveres medio fantasmas que me clavaban sus miradas con los ojos muertos. Abrí la boca pero no había voz para gritar el horror de ver cómo mis manos se iban tiñendo de color azabache.
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