A la mañana se tiñe de sábanas, pero sólo de noche se disfraza de palabra. Como es nocturno, amaga un tango con sus firuletes intelectuales. A veces es sólo una palabra que dibuja con pulso y con esfuerzo mientras se escuchan golpecitos de plástico. El escritor casi que ya no tiene ojos, casi que ya no aparece, casi que ya no sabe. Mi cable a cielo me lo trajo de ahí, hace tantos segundos ya que son como si fuera toda la vida de las noches de letras barnizadas de acentos, puntos y comas.
Cuando se va el Sol le gusta más, y con torpeza me las arreglé para hacernos una sopa de penas durante la madrugada. Mejor no saber le gusta más y de repente se le caen unas rosas de la boca y yo me río de los boleros que mira sin querer. Cuenta historias y hace de Piazzolla con un montón de fantasmas con los que sale a bailar, y a veces me da miedo que se pierda con alguno. ¿Por qué ya no se sabe del escritor? Las palabras se enfrían y cesa la canción en las teclas. Quizás la memoria casi transparente de su barba se vaya así con él, desapareciendo, haciéndose postiza junto con sus palabras, otra vez.
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yo quiero saber...