No deja de maravillarme la elasticidad emocional que pueden llegar a desarrollar las personas. En este momento no hice más que escribir cuatro ideas distintas e impersonales. Ajenas, hoy no te hablo a vos para hablarme a mí: la persona por la que habrías dejado el vuelto de 10 centavos y un chicle Topline de hace un mes que tenías en el bolsillo.
Sin embargo, no hay quien escriba sino para escapar de sus infiernos. Uno de ellos está reservado a tu nombre, ése, mi infierno preferido con empapelado de nubes y milagros de última hora. La puerta del infierno, la llave en mi mano; el cuchillo, el asesinato.
No es evitable que mi alma se retuerza cuando mi cabeza no deja de invocarte, o cuando el cajón de recuerdos no deja de abrirse, y los libros en los estantes no dejan callarse y me atestan de fatalismos, de finales que van surcando acequias de llantos.
No es eludible que el corazón, hipocondríaco, se pliegue y repliegue en el intento vano de escabullirse de esa cajita en la que te lo regalé, de humedad y afasia de entendimiento.
Tampoco es predecible si es verdad que las sonrisas como esas se roban corazones mientras juegan en la habitación.
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