El domingo sacaste tu libro de Nietzsche del morral, lo abriste en una página al azar y me leíste un par de líneas para responder nada más que mi congoja por el mundo, el vacío de esa masa multiforme que me arrastra semáforo a semáforo en una ciudad gris. Me explicaste con alma y no entendí entonces -ni nunca- nada racional que nos mantuviera unidos el día de hoy. Mi existencia pasó a ser una mera arbitrariedad del destino fatalista, en tu derecho pleno de ignorarla por completo: la vida se limitó a largas jornadas de mirar el cielo y esperar que vos, donde sea que estuvieras, lo miraras conmigo en ese momento. Saussure renegó en mi cabeza al ausente significado, la inexistencia del signo convencional en estos casos que Platón brindaba con sus ideales mientras tanto en su mundo inteligible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
yo quiero saber...