El subte hoy no dijo más que demasiado. Esa mujer no encontró la cordura en esos minishorts; la pareja que perdía la paciencia entre la muchedumbre; el lector; y el oficinado con gemelos en las mangas de su camisa, ballenas en el cuello almidonado y un prendedor de corbata de oro me miró extrañado, imagino que por mi boca roja. Sonreí a la ventana del paisaje gris, cableando realidades: la ciudad subterránea no es menos encantadora que la superficial, ahí es donde residen las verdaderas miserias, soledades, la finitud de la existencia en sí. Sólo que unos pocos no esquivan esas miradas de post-ocho-horas-de-jornada que denotan sus bajezas, sus instintos a flor de piel, su disconformidad de subte. No pasó mucho que otro oficinado, éste sin corbata y pelo largo, se sentó en frente mío sin demorar una sonrisa de complicidad. Él también llevaba la boca roja.
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