jueves, 25 de agosto de 2011

el suicidado

Sofía:

Te escribo quizás, mi última carta. El calor agobia de este lado del mundo y creo que cada uno de nosotros le fue perdiendo el miedo hasta al mismísimo infierno. Es que es el infierno en vida este Norte, y mi corazón se regocija en la alegría de que no tengas que vivirlo vos también. ¡Mirá que loco que estoy, que me alegro de que no estés conmigo! Es insano, pero debo admitirte que no hubiera existido mejor opción que dejarte ahí en el andén, toda marchita y con ojos rojos; que aunque casi se me moría el corazón, sabía que era la única manera de salvarte.
Te dije que quizás es mi última carta. Como te conté antes, le perdí el miedo a todo, incluso a la muerte. Ves, que la soledad me ha atolondrado un poco y tanto... ya no sé si estas dos masas grises y amorfas, pesadas como piedras, son mis pies o pudredumbre. Ya ni reconozco el cuerpo mío, llagado de ausencias, agusanado de tiempo y mugre. Mi única estrella esta noche es que te llegue esta carta de despedida, amor mío.
Difícilmente vuelvas a escuchar de mí, y no hay nada en este universo que me ladre más que dejarte sola en este mundo de bichos raros. Pero sé que sos fuerte, ¡Qué no vas a ser!, sos la mujer de mi vida, mi vida que se termina hoy. No te acongojes por mi partida porque hoy quien te escribe es un muerto vivo. Hace tiempo que perdí el corazón, creo que me lo olvidé en el pañuelo que llevabas puesto en el andén. Sofía, tenés que prometerme que no vas a afligirte por la desaparición de esta carne chamuscada. Esta mañana bailaré mi último baile y tendré mi último beso con la muerte, pero te llevaré siempre conmigo.


Alejandro
21/8/1930

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