"(...) El comandante preguntó de pronto:
-Dime, ¿por qué no te enamoras?
Su compañero tuvo un estremecimiento.
-¿Enamorarme? -dijo- nunca he comprendido bien el significado de semejante palabra. La mujer ha sido uno de mis caprichos, el más costoso y amargo. Padezco por culpa suya; mi tristeza es femenina. Lo que primero empezó a cansarme fue el amor. Les he dado mi existencia sin tasa; he exprimido el jugo de todas mis flores -no un jardín, una selva,- para formar una píldora de hastío. Cuando estuvo hecha, la tragué, y ahora sufro las consecuencias. Alguna vez he soñado con el amor; he pensado que la comunidad afectiva podría ser algo más que un sueño, y para decírtelo de una vez, he querido amar y... no he podido.
El comandante intentó replicar.
-No, déjame concluir. Tanto peor para ti si te disgusto, pero la culpa es tuya. Yo no puedo querer; es problema resuelto. Estoy condenado al aniquilamiento, pues el único amor posible para mí, sería el amor imposible. Desde niño soñaba con quimeras. Tenía un amigo fantástico, un chico semejante a mí, creado por mí; conersaba con él, nos referíamos a nuestros percances, nos disgustábamos a veces. Para objetivar aquella fantasía, figurábame que mi mano izquierda era la suya, y así experimentaba el placer de estrechársela. Un día me herí en aquella mano, no sentí dolor, pues el herido era el otro. En ocasiones le enfermaba para darme el placer de sufrir por él. Quedábase en casa y yo iba a la escuela. Cuatro horas de padecimiento mortal. "Le encontraré en la puerta"; -me decía al volver; y cuando llegaba, resolvía encontrarle en mi cuarto, después en el patio, después sentado junto al último árbol de la quinta, para prolongar en lo posible mi sensación de fraternidad dolorosa. Las primeras turbaciones de la pubertad trastornaron todo. Volvíme cruel con mi amigo, lo atormentaba. Un día le hice morir, y desde entonces vivo en soledad. He visto desaparecer a mis padres, a mis hermanos, sin pena, indiferente, como si se hubiera tratado de seres extraños. Tú, solamente, has conseguido interesarme. Cuando pude querer, las mujeres me devoraron el alma...
- ¿Y el ideal?
- No creo en eso.
- ¿Y el deber?
- No lo conozco.
- ¿Y la belleza?
- La belleza es la mujer.
- Entonces, eres pesimista.
- No, porque no soy curioso: sólo soy triste.
Dos estrellas muy brillantes miraban desde la inmensidad. Los amigos continuaron paseándose en silencio durante un largo rato. Al cabo de este tiempo, el militar reanudó el diálogo:
- ¡Pero la vida es imposible así!
- No te entristezcas; esa frase vulgar con la que tu espíritu se desahoga, me revela tu temor. La idea del suicidio ha germinado más de una vez en mi cabeza, pero me he sentido cobarde. Yo sólo sería capaz de morir por alguien: por ti, por la mujer a quien amara... El peligro está para mí en el amor. El amor no es más que un bello prólogo de la muerte. (...)"
La novia imposible (fragmento), Leopoldo Lugones
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