martes, 24 de agosto de 2010

rhythmus litterarius

La calidad del texto no descansa en la verborragia extrema de palabras originales y de un aire pseudo-neoclasicista.
Hoy observé detenidamente por qué hay textos que se pasan de largo: son aburridos. Por más que cada vocablo haya sido reemplazado por el sinónimo más exquisito del diccionario, la narración de hechos ordinarios puede llegar a ser tan banal y aburrida como también puede ser lo más surreal y extraordinario.
Entonces entiendo a la escritura como el arte de reordenar frases y palabras de la manera más creativa, más expresiva posible; como la capacidad de disernir las descripciones interesantes de las aburridas y banales. Es necesario que el escritor sea sensible al medio porque es como logra diferenciar estos tópicos que después resultan ser la mitad de la calidad de la obra, la comunicación que se logra al lector que quiere identificarse. Es casi mágico cuando se logra describir un hecho ordinario como algo fundamental y conmovedor porque realmente se transmite algo que (en lo personal) fue fundamental y conmovedor.
Claro es, no es el caso de toda la literatura. A mí, por ejemplo, no me gusta Gabriel García Márquez.

2 comentarios:

yo quiero saber...