domingo, 22 de abril de 2012

de siempre en siempre

¿Qué me lleva a vos, entonces? Yo diría que la manera tan hermosa en la que sabés desplazarte entre las lianas de esta ciudad tan superpoblada, que te llena los oídos de ruido y autos y los zapatazos de los que están apurados. Tanto como lo poco que sé de tus manos, esas que me agarran un hombrito y ya me envuelven todo el cuerpo y que cuando me abrazás con esas manos (no con los brazos pesados que tenés) siento que ni siquiera son tus manos ni es mi espalda, sino que mi espalda es una continuidad de tus manos, tus brazos pesados, tu cuerpito de Coca Cola y de esos ojos avellanados que te hacen brillar como canica de esmeralda (que como bien convenimos, es una piedra preciosa). Entonces no quiero desviarme por la ruta que me lleva a esa boca achurrascada, escondiendo una formación de perlitas alargadas, enfilándose como soldados de Ejército o de la Marina, ya no sé; pero en este momento creo que es inevitable que mis dedos caminen por el pasto castaño de tu barba, y ya no camino, me pierdo porque es insuperable la imagen que se clava en mi mente cuando te siento lejos, ahora.

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