jueves, 10 de mayo de 2012

CT: Circunstancial de Tiempo

Clavado en la pared (los clavos no en las manos, pero en las esquinas, todos esos objetos como cadáveres colgados, testigos de todo que cínicamente nos adornan), acurrucado en la cerradura de mi puerta, impaciente en el cajón de la esquina del escritorio, tu corazón todavía recortado en la tijera. Todas las veces como la primera, te miro con ojos de Luna, de lejos, como ojos de cielo abrillantado, en todas esas cosas que se cuelgan en los días. Es una profanación de las tumbas del presente, retocando las partes del finado y experimentando el más exquisito placer, el placer de sentir el pasado y que arda como el afta en la boca que obliga a la lengua a acariciarla constantemente y contagiarla más.
Quizás las partecitas de tu recuerdo en las sábanas te traigan a mí, quizás mi presencia te algodone los oídos, te llene la panza de Nutella. Quizás tus manos se hagan arena en esta piel otra vez, haciendo peso sobre el cuerpo, revolviéndose como el viento que galopa sobre la arena en nuestras costas. Pero hace frío afuera amor, nadie me abriga los brazos débiles y pálidos, agusanados de noches de ausencias agónicas. Somos partículas de pasado, la unidad que es mitad resignada y mitad acelerada; somos escándalo de amor en los círculos que frecuentamos. De la bronca que me genera esta situación, esta mañana desayuné un tarro de mayonesa y me pinté los dientes con resaltador verde. La autodestrucción es una salida efectiva que me lleva directo (casi siempre) a la región segura de la victimización, querido. La cuestión de esperar al amor eternamente, la melancolía dirían los psicoanalistas, siempre se lleva esa parte irrecuperable de decencia de nuestros seres. Degradarse, tragar, comerse los ravioles, bancarse las pelusas de los ombligos y todas esas cosas que hacemos para conseguir esas deliciosamente adictivas migas de pan.
¡Qué enrosque este baile! No me soltás ni siquiera en los billetes de subte. Siendo sinceros, no había necesidad de descuartizarme los ojos cuando te fuiste. Ay, me apena todo el sexo virtual e inútil que consumo en mi mente todos los días. Probablemente te dé pena eso a vos también. Estoy padeciendo tantas emociones juntas que hasta fantaseé con tirarle un fósforo en el lomo al caniche blanco de acá a la vuelta que no para de ladrarme. Dicen que los perros le ladran a los fantasmas, pero no viene al caso.
No me alcanza con besarle los ojos bizcos a Juan, no me alcanzan sus dedos huesudos en mi cintura, porque simplemente no los quiero. De hecho, ni siquiera sospecho amarlo, tiene la cara toda desencajada como rompecabezas destartalado, el dedo gordo del pie chueco como papa frita blanda y cuando habla sólo puede decirme una sarta de estupideces. Sin embargo, hoy no tengo más que bastardearte y llenarte de calumnias dignas de cualquier destetado. Casi que viajo hasta tu choza a tirarte algún minino en la cara para que te la rasguñe toda, o mínimo que te arruine el jean andrajoso que usás siempre. Al fin y al cabo, esto no es más que un gran soliloquio, sujeto gramatical, reflejo de esquizofrenia y vaya a saber cuántas mentiras más.
Me cansé de coserme botones en los parches. La sintaxis está errada: dónde aparecés en mi basamento, cómo te hago núcleo de esta oración inconmensurable, Circunstancial de Tiempo. Sólo en el discurso puedo materializarte, este ser sin ser de dignidad dudosa. Al menos existe ese recoveco donde te conozco y te siento, donde puedo construir esa foto que (¡gracias al Santísimo!) nunca nos vamos a sacar.

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