domingo, 28 de octubre de 2012

la mujer lechuza

Clara era una mujer nocturna porque sólo veía de noche, cuando las luces se apagaban del todo y sólo se encendía su imaginación. Alguna vez se declaró en uno de sus textos como "la mujer lechuza", haciendo alusión a sus hábitos de noche y a una semejanza caricaturezca de su rostro respecto al animal. 
Las uñas volvieron al color de la primera vez, nunca faltaba ocasión para recordarlo. Toda esta cuestión se iba hinchando como una levadura porque cada tanto le daba una sensación de dolor en el dedo gordo del pie que sólo podía ser consecuencia de otro (¡otro!) tropiezo. Clara, de nuevo sola en la habitación, estaba invocando al Nombre que la inspirara. Esta noche no sería de nuevo el azul de las sábanas o las paredes, tampoco la foto mugrosa en el cajón, ni las charlas que recordaba como si hubieran sido transcriptas por un dactilógrafo. Clara iba a escribirle desde el dolor más hondo que germinaba de su tórax y su estómago, que emanaba vaporosos adjetivos como fantasmas el café nocturno. "Tenebrosa, asquerosa, horrorosa, pantanosa, ruinosa" pensó al principio. Después, las palabras fueron encontrando la manera de resbalarse sobre las teclas, acomodarse en los espacios de la página y escurrir así los pensamientos de la mujer nocturna. Estiraba los pies cada dos párrafos para felicitarse de su laboriosa obra, la elocuencia era por primera vez exquisita y estaba casi segura de que cualquier lector se conmovería con la empatía extrema que iba logrando con sus frases. Pensaba en el texto como una vasija de arcilla que tenía que girar y modelar, bajar de allá y subir por acá, corregir y dejar secar.
Sin embargo, dicha obra no tenía más que un solo lector. Clara le escribía al Nombre y sabía que sólo él iba a descifrar todo el artilugio literario, sólo él iba a poder desarmar el aparataje que ella había construido en su ausencia. El dolor se transmitía tan rápido por todos los nervios de su cuerpo que empezaba a sufrir pequeños espasmos en las piernas y un ardor agudo en la lengua. Realmente estaba siendo capaz de creer y de crear todo lo que sentía en la hoja antes desnuda.

"(...) Querido, querido, extrañaba tanto tu visita como ahora extraño tu ausencia. Caluroso, amoroso, anaranjado, soleado, febril, aterciopelado, ocre, dulce, meloso, colorado, doloroso, feliz, placentero. (...) Tu sabor ayer que ya no es hoy siempre me provocó una ligera pesadez en el alma, una angustia que sólo de día aprendí a tolerar. Nublado, grisáceo, lluvioso, ahogado, doloroso, estrecho. Aunque ya no sé cómo escribirte porque ya no te tengo, sólo te cuento que te buscaba, Nombre. Desesperada, alocada, febril, dolorosa, enamorada. (...) Es que esta Clara ya no sabe qué significa como se llama desde hace años y no logré dejar de creerte mi mantra, cómo conciliar sueños que no sean pesadillas oscuras y frías. Agoté todos los recursos que me ofreciste: remendé todas mis heridas, besé todas las estrellas que conocí, escribí todas las versiones de mi vida, me abrigué con la noche de tu Nombre, y sembré vientos y recogí tempestades antes de buscarte. Sólo sé que quizás esta vez no te encuentre... (...). Por eso derramo estas palabras insensatas en este espacio blanco, porque no conozco otro remedio que tu palabra, la que ya no me pertenece pero que podrías prestarme... otra vez un beso, una noche. Otra Clara. (...) Vas a tener que perdonarme que no sepa escribir sobre otra cosa."

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