domingo, 28 de octubre de 2012

pendiente de

Suele suceder eso de que uno va errante por la vida, procurando no ser un cliché (sí, a pesar de). Cualquiera va por ahí rasgándose las rodillas del jean cuando se arrodilla para ser un poco más original, poder cumplir promesas de amores y amistades eternas. Cualquiera.
Es entonces cuando descubrimos la pendiente D, el pliegue diminuto que nos descubre la vida una madrugada de domingo a las 3.24 a.m, cuando la vida puede ser tan desgraciada y agraciada a la vez. Quizás hayamos descubierto que todo es quebrantable y que nada es fiel a nada. Quizás las perspectivas sobre la vida laboral se hayan desvencijado y derrumbado. O hayamos descubierto que el amor, a pesar ser amante, sea mejor como silencio que como ruido. Quizás hayamos entendido lo perecedero del cuerpo en el tiempo. Tal vez las amistades hayan desembocado en traición y en enemistades. O hayamos descubierto que nunca vimos el color azul. Pero la pendiente D es la bisagra entre lo agrio y lo dulce que no es agridulce. 
La pendiente D es el punto lumínico antes del limbo que nos hace dependientes, donde existimos, donde vinimos, lo que vivimos a nivel familiar, social, económico, académico, amoroso. La pendiente D es por donde circulan un montón de sueños, que ruedan a veces para arriba y a veces para abajo. Quizás como cuerpos inconscientes que van magullándose y perdiendo cada vez un poquito de...

Bienvenidos al destino.

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