-"No sé bien qué somos... pero yo creo que a pesar de nuestras utopías, mi amor es para siempre"- le dijo con los ojos nublados mientras nerviosamente retorcían sus manos el poquito de alma que se acababa de escapar por sus labios.
Era una caída libre a la realidad, que inevitable, la sumergiría en su propio vaso de previstas lágrimas saladas. Fueron sus últimos pasos compartidos, y dejaba a su estela la sombra de maravillas vividas y promesas sin cumplir que encandilaban a curiosos que presenciaban la escena.
Desvariando, volvió a su casa con la peor pesadumbre en el esternón que quizás sienta en toda su vida. Aunque con tiempo y ganas se ingenió su léxico para poder cantar su alegría de estar triste y de estar viva, en quebradizas odas y apologías que se burlaban de que incluso en su profundo malestar pudiera admirar su hiriente estoicismo y su alienación característica.
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