El principio de no contradicción ya anunciaba nuestro ineludible desencuentro desde el comienzo de tu razonamiento falaz, acorde a que no estábamos realmente solos.
Ahora ni siquiera puedo asegurar si estabas. Fue triste ver tus clichés transformarse en sofismas mientras caminabas en carrera paralela a mi insignificancia, dejándome evidentemente atrás.
Fue triste y la mejor representante de una analogía encarnada en tiempo y espacio, estabas a unos cuantos metros míos mientras tus pies te llevaban a acrecentar la distancia. Pronto pude ver cómo te escurrías de mis abrazos, pude verte en el enredo dramático en el que te encerrabas, pude verte desaparecer de mis renglones, escaparte de mis hojas, borrarte de mis días. Era, ni más ni menos, el momento que menos había creído y el que más miedo me daba, cuando te ibas con las manos en los bolsillos y fingiendo desinterés por qué pasaba allá.
Se me acaba la sangre y seguís ahí, con ojos cínicos revolviendo las cenizas y preguntándome hasta dónde podríamos estirar tu verdad. Aunque, sin embargo, es toda una sorpresa descubrirte buscando algo de mí.
Creo que intento descreer, pero no estoy siendo justa con todos. Para tu desventaja, ya no dudo en absoluto, ya no presiono ni fusiono mi vida: ahora estoy totalmente segura de qué es lo que quiero y hasta dónde puedo, veremos. Pero si por alguna razón vos también te preguntás por qué y te encontrás que hoy vivimos una respuesta errónea, te espero. No tengo una meta, lo que simplificaría bastante este momento. No te idealizo y me inquieta que incluso con los ojos abiertos te admire igual e incluso de una manera más tierna en ausencia de cualquier tipo de pretención.
No busco ofenderte ni atormentarme, busco nuestra verdad en este dialelo.
Sólo son hojas de otoño, mi amor,
ya habrá tiempo de redención
para nuestra primavera.
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