sábado, 5 de marzo de 2011

391

20 minutos de viaje en auto un viernes a la noche y por la calle sólo se ven parejas abrazadas, el fuego inicial o la templanza de lo duradero. También hay tres adolescentes con pantalón blanco, la necesidad de encajar. Recordaba sucesos del día, la espera, la inercia, el amanecer: el momento aquel había sido intimidad pura cuando se miraron a los ojos a solas, como la desnudez del cuerpo virgen y del corazón desprevenido. Pensó también que luego su sinceridad hirió al reloj y las horas se hicieron espesas, una melaza amarga que pegoteaba párpados indiferentemente. El auto se detuvo en un semáforo y del exterior un hombre otra vez entendía a sus ojos por bocas, confundiendo su mirada con besos; de las miradas que se besan. Su cuerpo pesado se dirigió finalmente con su llave a la cerradura. El ruido a lata la hizo sentir en casa, si bien su cabeza todavía quedaba en una almohada ajena. El llavero metálico golpeó el piso en un descuido y la despertó del ensueño, como si una figura de hierro gigante de nuevo golpeara a su puerta. Él no quería soñarla de nuevo.

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