jueves, 2 de febrero de 2012

un librito que viajó desde Rosario

Siempre por primera vez,
apenas si te conozco de vista:
vuelves a tal hora de la noche en una casa oblicua a mi ventana,
casa toda imaginaria
en donde de un segundo a otro
en lo negro intacto
espero a que se produzca una vez más la desgarradura fascinante,
la desgarradura única
de la fachada y de mi corazón
cuanto más me aproximo a ti.
En realidad,
más canta la llave en la puerta de la habitación desconocida
en donde te me apareces sola.
Estás primero enteramente fundida en el resplandor,
el ángulo fugitivo de una cortina,
es un campo de jazmín que he contemplado al alba en una carretera de los alrededores de Grasse
con sus recolectoras en diagonal,
detrás de ellas el ala sombría cayendo de las plantas despobladas,
delante de ellas el cartabón de lo deslumbrante.
La cortina imperceptiblemente levantada
vuelven en tumulto todas las flores,
eres tú luchando con esa hora demasiado larga nunca bastante turbia
hasta el sueño.
Tú como si pudieras ser la misma,
con la diferencia que quizás no te encuentre jamás,
haces como si no supieras que te observo.
Maravillosamente no estoy ya seguro de que lo sepas,
tu ociosidad me llena los ojos de lágrimas,
una nube de interpretaciones rodea cada uno de tus gestos.
Es una caza nocturna con miel,
hay unas mecedoras en un puente hay unas ramas que pueden arañarte en el bosque,
hay en un escaparate de la calle Notre-Dame-de Lorette,
dos bellas piernas cruzadas presas de unas largas medias
que se abren en el centro de un gran trébol blanco.
Hay una escalera de seda desplegada sobre la hiedra
Sólo hay
asomarme al abismo
de la fusión sin esperanza de tu presencia y de tu ausencia:
he encontrado el secreto
de amarte
siempre por primera vez.


Siempre por primera vez, André Bretón

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