miércoles, 8 de febrero de 2012

y si amanece por fin

El sol empieza a acariciar nuestra ventana y nos tiñe de un rosa medio anaranjado. La almohada está corrida hacia mi lado, las sábanas azules hacia el tuyo: me retuerzo y me quejo, tironeando la tela enredada en vos. Descubro que tus ojos también abiertos se chocan con los míos cruzando fuegos artificiales. La luz cambiante los hace de un color miel más intenso que lo común, pienso. Todavía no dijimos ni una palabra. Extiendo la mano, buscándote despacio, como un animal rastrero se moviliza en el colchón y llego a mi muro. Te trepo, sonreís, sigo trepándote cada ladrillo de tu cuerpo frío y te atrapa mi brazo débil que con fuerza te envuelve en un abrazo sumamente atrayente. La siguiente maniobra requiere mayor esfuerzo: erguir el cuerpo y alcanzar a besarte los hombros hasta el cuello, hasta la boca. Seguimos desperezándonos, juntos, la lengua rodándonos, haciéndome cosquillas y humedeciéndome las orejas. Finalmente te encontré, y somos naranjas en vez de rosas, el sol sube rápidamente y nos acelera de besos debajo de las sábanas. Te escucho respirar, tus músculos latiendo y entibiándose, encontrás mi ombligo y nada es imposible. Me sostenés, como un puente de piel pálida, una burbuja naranja nos envuelve. Sólo entonces puedo descubrirte detrás de cualquier materia, sólo entonces no sos sólo vos y somos, sólo entonces entiendo el amor; mirándote a los ojos que combinan con tu pelo negro. Nos rompemos, nos quebramos, estallamos en mil pedazos y sólo entonces el sol se descubre en nuestra ventana, como si fuera a quedarse ahí para siempre. Nos dormimos hasta recordar que hay medialunas que compramos la noche anterior para desayunar.

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