Tu boca es lo que el cuervo a la carroña,
masticando mi carne maldita;
tus manos son las brasas encendidas en mi piel.
Confieso no querer tu valentía;
ni tener nada para dar.
Tus ojos agusanados, mi eterna desdicha
del dialelo eterno de tu pesar.
No es la búsqueda la que te agota,
es mi veneno en los besos donde aboca;
tus palabras son hojas en el viento
y la tormenta de nuestra ilusión.
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